Después de ver Abel me quede con la sensación de que es una película sencilla, a ratos aburrida y con la falta de una idea que hiciera de este filme algo digno de recordar.
La historia se desarrolla en Aguascalientes donde encontramos a Abel (Christopher Ruiz Esparza), un niño con problemas psicológicos al cual su madre decide sacar del hospital en que se encuentra y cuidarlo en casa con la intención de que mejore y no tener que mandarlo a la capital.
En su hogar nos enteramos que vive solamente con sus otros dos hijos. La historia empieza a tomar forma cuando Abel empieza a “mejorar” tomando el rol del padre ausente y asumiendo el comportamiento del jefe del hogar, situación que propicia algunas escenas de humor, como cuando corre al pretendiente de su hermana y otras de tensión, la escena del inocente incesto.
De repente y sin esperarlo a la vida esta familia regresa el padre, José María Yazpik, quien supuestamente viene de Estados Unidos y cuya presencia trastoca la tranquilidad que la familia empezaba a tener debido a la aceptación del comportamiento de Abel como el papá y jefe. Con la llegada del “verdadero” padre se desatan una serie de conflictos que dejan ver la fragilidad en las que se sostiene el núcleo familiar.
Desde mi punto de vista, la trama nunca logra atraparnos del todo debido a varios factores que van desde la lentitud de la cinta, la falta de momentos emotivos y algunos omisiones en la historia que exigen ser completadas por el espectador.
La veracidad de los acontecimientos llega a quedar en entre dicho y rayando en lo surrealista, desde que la madre acepta el comportamiento extraño e inusual de su hijo y permitiendo todas las actitudes y acciones que esto conlleva.
Aún aceptando esta premisa y suponiendo que creemos que un niño puede llegar a tener tanta presencia en una familia, la historia se ve limitada en mi opinión por que los otros personajes caen en el mismo juego.
Lo mejor de la cinta es cuando este especie de sueño se rompe y en una escena que puede ser la mejor del filme, el padre lleva a Abel al baño y lo obliga a verse al espejo y reconocer que no puede ser el “papá” de nadie dado que es sólo un niño, ahí enfrentado cara a cara con la realidad que no puede aceptar está, creo yo, el punto culminante de esta película.
Los momentos de tensión del final jamás me atraparon y en ningún momento pensé que el protagonista fuera a morir, quizás porque toda la película se me hizo tan lineal y llena de fantasías sin chiste que haberle dado otro final no sólo sería impensable sino hasta fuera de lugar.
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